(Texto publicado originalmente en Páginas de Mujer Emprendedora)
Desde que puedo recordar, la película de Disney ha sido uno de los acontecimientos cinematográficos del año, generalmente cerca de las Navidades o en verano, normalmente en la vanguardia de la animación de su época, en la última década de capa caída, y desde hace un par de años, por suerte, recuperando sus estándares de calidad. Para mí han sido siempre especiales, aunque conflictivas en sus mensajes, especialmente en los vinculados a los roles de género. Hablamos de princesas, de matrimonios-premio, de dulcificación de historias bastante cruentas.
Pero desde hace unos años, se está apreciando un cambio relevante en los argumentos. Brave trataba sobre una relación madre-hija. El gran amor de la híper-aclamada Frozen no era romántico sino fraternal, entre las dos hermanas protagonistas. Con Zootopia conocimos, en mi opinión, a la primera heroína auténticamente feminista de Disney. Y mi sorpresa ha sido mayúscula con el estreno de estas Navidades, Moana.
Argumentos feministas aparte, Moana (o Vaiana, como se la ha llamado en España por conflictos con una marca comercial de cosmética) es una gran película que recupera la magia de los clásicos de Disney, y que hijas y nietas podrán ver sin el incómodo añadido de “no, cariño, en realidad esto no es/no debería ser exactamente así…”, que venía aparejado a la mayoría de los personajes femeninos de Disney, con honrosas excepciones como Bella o Mulán. Es una buena película, con un impresionante equipo creativo detrás (el compositor Lin-Manuel Miranda, creador del hit musical Hamilton, como artífice de las canciones, y el hilarante director neozelandés Taika Waititi como guionista del primer borrador), que hace un esfuerzo por ser respetuosa con la cultura que trata de representar (aunque acabe mezclando distintas culturas polinesias en un único retrato estereotípico más o menos reconocible), con personajes sólidos y carismáticos, de los cuales una gran parte son femeninos. Es un auténtico cambio de modelo, que se sustenta en elementos como:
- Un argumento de descubrimiento personal que no tiene nada que ver con un interés amoroso precoz. No hay nada malo en los argumentos románticos, pero, ¿un personaje femenino movido exclusivamente por el afán descubridor, el interés por probarse a sí misma y el bien común? Lo compro.
- Un diseño de personajes variado y menos anoréxico de lo habitual. Dicen por ahí que Moana tiene un cuerpo acorde a su fortaleza física. Sin echar las campanas al vuelo, que tampoco es para tanto, al menos no parece a punto de quebrarse por el viento.
- Figuras femeninas sólidas, bien construidas y positivas. Madres y abuelas presentes (¿cuántas historias de Disney funcionan exclusivamente porque la madre no está?), que apoyan a la protagonista en momentos de dificultad son fundamentales en el argumento y fomentan el afán descubridor en lugar de castigar la curiosidad. Este rol queda reservado a algún personaje masculino: un padre más o menos represor, un “héroe” falto de amor (increíblemente carismático, eso sí) que provoca un cataclismo por su inconsciencia.
- Una heroína que se equivoca, que es falible, que tiene que aprender para poder alcanzar su destino.
- Es una película en la que las figuras positivas, no me cansaré de repetirlo, son fundamentalmente femeninas. De ahí la resolución, basada no en una gran secuencia de acción, no en “derrotar a un monstruo”, como podría parecer superficialmente, sino en un acto de amor y redención, un acto de amabilidad y reconocimiento entre mujeres. Ole.
En mi caso, salí del cine satisfecha porque las niñas que la vean van a encontrarse con un modelo positivo que yo no tenía. ¿Es Moana una película perfecta? No. Pero es un buen paso en la dirección correcta.